Hacía casi ocho años había llegado a aquella gran ciudad de la costa. Pisazo en pleno centro con vistas. Maravilloso. Al cabo de tres se mudó a una cuca buhardilla en el extrarradio. Qué remedio. Dos años después tuvo que empezar a compartir piso en una planta baja oscura y poco ventilada. Deprimente. Hace tres meses tuvo que dormir dos semanas en el sofá de unos amigos y tres noches en su coche. Punto final. Hace dos días que desembarcó en su isla, tiene su palmera, un pajarito y de momento no divisa ningún plástico flotando. Es feliz.