Hoy iba a ser un gran día, pleno de actividad. Era domingo y Narciso nunca se levantaba antes del mediodía. Primero, sus treinta minutos de gimnasia: calentar, pedalear, levantar, flexionar, estirar. Luego ducha, poda matutina de barba, cremitas varias, desayuno saludable -con foto para Instagram de tan estético acontecimiento-¡qué placer!
Ahora el momento crítico, elegir vestuario. Narciso descorrió las puertas del armario con un suspiro a la vez que sufría un breve vahído ante tamaña combinación de colores, tejidos y diseños. Como quien se enfrenta a una ecuación, Narciso probó, combinó, desechó y escogió durante tiempo indefinido. Cuando se vio por fin hecho un pincel, se miró y remiró ante el espejo, postureó a tutiplén y después del inevitable selfie envió un whatsapp a sus amigos: -Good morning!! Ya estoy listo, ¿dónde comemos?’ A los 10 minutos nadie contestaba y empezó a preocuparse. Salió de las estancias interiores -habitación, cocina y baño- que habían sido su guarida durante la mañana y pasó al salón, subió las persianas y lo vio todo negro. Angustiado, consultó la hora: ¡las ocho de la tarde! Narciso se dejó caer en su chaise longue mientras rememoraba este gran día, alardeando de su intensa vida interior frente a su única compañía, sus plantas… de interior.